jueves, 12 de junio de 2014

3er Safari Urbano Audiovisual (La crónica)


 
Por Vizzor
Sábado 7 de Junio. Son las 15hs cuando me encuentro caminando por Av. Del Libertador, a cuatro cuadras de la Estación de Retiro donde estaba estipulado el punto de encuentro para el 3er SAFARI URBANO. Muy abrigado por miedo a la baja temperatura y la posibilidad de lluvia (llegué incluso a llevar un mini paraguas en mi mochila), me quito la bufanda, acalorado ya por la caminata, y termino por arribar al lugar en cuestión. Veo un grupo de personas con sus cámaras y mochilas, ansiosos por tomar fotografías.
Más personas se acercan. En frente mío, el Museo Ferroviario y su magnífica estructura edilicia acaparan la atención, mientras a mi izquierda se extiende un empedrado cubierto por barro que nos acerca unos metros más a las vías del tren. Un precario cartel reza “Gato Viejo, atelier de Carlos Regazzoni”, una flecha indica el camino, el único posible, a decir verdad pero probablemente sea un voto de confianza para evitar futuros desertores.

Estructuras de metal parecen surgir del barro y de la chatarra misma; el viejo atelier y las obras de Regazzoni aparentan extenderse por todo el terreno ¡incluso enormes hormigas lo hacen por lo alto! La ciudad porteña queda ahora atrás, casi olvidada, el interés de los presentes se concentra en las formas de metal que nos remiten directamente a animales, insectos, aviones, y maquinaria de todo tipo.

Cuando dábamos por sentado que el artista no se haría presente, suena una campana y nos sorprende con su irónico sentido del humor (a modo de reto) pero finalmente nos extiende su cordial invitación al recinto. Una vez dentro, nos encontramos con una fusión de bodegón antiguo y taller donde obras y estructuras, de diversos tamaños, son exhibidas para el deleite de quiénes se aventuren por aquellos pagos. Vehículos clásicos, pinturas, esculturas, y arte contemporáneo componen el variado catálogo artístico de este hombre.

Luego de disfrutar la oportunidad que tuvimos para grabar videos y tomar fotografías, saludamos a Regazzoni por última vez y nos dirigimos hacia el Museo Nacional Ferroviario Raúl Scalabrini Ortiz. Un edificio moderno, que cuenta con una exposición interesante y objetos dignos de un patrimonio histórico. Una colección de trenes, relojes y teléfonos antiguos, aparatos de telegrafía tipo Morse, por nombrar algunos. Lo que me llamó la atención fue un pequeño tesoro con el que uno se topaba en el primer piso del Museo. Una colección de cámaras fotográficas imperdible: una cámara francesa de madera (con manija transportadora de cuero) y otra con caja de madera y elementos de bronce; del 1900, realmente preciosas. Un diseño norteamericano marca Folmer&Schwing, división Eastman Kodak, para fotografías profesionales, y una máquina concebida para fotografías panorámicas (objetivo Goerz, Berlín), seducían a cualquier visitante. También exhibido: un fotómetro de fabricación inglesa con visor rectangular (caja de baquelita) de 1919, y una ampliadora fotográfica inglesa con tubo telescópico, marca Thor Pick Ard Ruby. Verdaderas reliquias que todavía conservan todo su atractivo característico.

Afuera nos saludamos y tomamos una foto, un lindo recuerdo pero –más que nada- un invaluable cierre para una jornada que celebramos todos los allegados a BAO y al audiovisual.

jueves, 5 de junio de 2014

Stanley Kubrick y la fotografía 3ra parte

 Por Vizzor.

 El beso del asesino (1955) fue el primer largometraje del cineasta, quién motivado por las buenas críticas recibidas por Fear and Desire, decide retomar la iconografía pugilística para transformarlo ahora en un policial negro (Film Noir). No es un dato menor saber la importancia que la ciudad juega dentro de este género, tan popular por aquellos años, y las capacidades fotográficas del joven Stanley.

Dado que no tenía permiso para rodar en las calles de New York y que su equipo de producción no estaba sindicado, el director recurrió a tácticas de guerrilla y subterfugios”.
Paul Duncan, Stanley Kubrick, Filmografía completa, Taschen.

  Su estrategia fue esconder la cámara y tratar de obtener buenas imágenes, a pesar de las malas condiciones de luminosidad. Junto a su equipo, trataba de grabar en locaciones donde la gente no se diera cuenta de que los estaban siendo filmados; y se vieron forzados, incluso, a sobornar policías para poder finalizar la jornada.



 





Un dilema de producción que debió resolver fue el sonido. Para evitar que el presupuesto del film se elevara más de lo previsto, decide filmar con sonido directo; sin embargo, debía utilizar micrófonos jirafa que provocaban sombras y limitaban los movimientos de cámara. Kubrick opta por no condicionar su imaginario visual aunque esta elección le costaría 35.000 dólares más junto con siete meses de postproducción sonora.



 En cuanto al estilo característico de El beso del asesino, hay una clara ruptura con la tradición clásica-narrativa de Hollywood. Podemos nombrar: el uso de un encuadre simétrico, mucha cámara en mano, plano-secuencia, cámara  a nivel del piso-contrapicado, fuertes angulaciones dramáticas que enfatizan el uso de sombras expresionistas, la original composición de encuadres para generar una relación personajes-ciudad y la utilización del montaje paralelo en secuencias climáticas.

 “Como hizo el director Orson Welles, Kubrick transformó los modelos clásicos para producir un nuevo género cinematográfico en el que el plano secuencia no está al servicio del realismo”.
 Bill Krohn, Maestros del Cine, Cahiers du Cinema.

 Esta película fue su primera y última producción independiente, ya que termina vendiéndosela a United Artists por 75.000 dólares, aunque a duras penas logre cubrir el gasto de la producción. Pero UA sería la puerta para su próximo proyecto, más ambicioso, llamado en nuestro país Casta de malditos o El atraco perfecto (The Killing); obra de la cual se continuaría hablando hasta el día de hoy. 

(continuará…)

Reflejos del Devenir


 
Por Raoul Duke

“La aterradora inmensidad de los abismos del firmamento es una ilusión, un reflejo exterior de nuestros abismos”.
Con esta inquietante frase de Jorge Luis Borges (extraída de El espejo de los enigmas) se topa uno al ingresar a la sala donde se exponen las obras recientes del artista Juan Doffo en la Galeria Rubbers. La muestra, titulada Breves pasajes de luz (y que finalizó el 28 de mayo), es un recorrido por pinturas y fotoperformances que sirven como metáforas visuales o instrumentos que guían los sentidos hacia el territorio de lo simbólico, lo no configurado.

El propio artista se encarga de allanar el terreno: “La exposición afirma un aspecto de mi persona, que es la necesidad de crear estructuras, formas simbólicas, para vivir. Lo cotidiano es una construcción de cada día y le vamos dando forma sobre un plan, sobre una estructura, una arquitectura de lo real. Así trabajo yo: primero encuentro una geometría, una estructura y luego me dedico a volar, a jugar, a crear en base a la estructura. Uno puede dominar técnicas pictóricas o técnicas de cualquier tipo, pero si no tiene nada para decir, entonces no hay obra de arte”. Esto es evidente en todos los trabajos que conforman la muestra: universos que se disparan multiformes a partir de una actividad mental; espacios abiertos salpicados con luces, líneas, puntos; o pequeñas formas encerradas en paisajes de color como en estado embrionario. Los títulos, por su parte, son a la vez sugerentes y enigmáticos. Podemos encontrar nombres como “El alquimista piensa en las secretas leyes”, “Tal vez apenas somos reflejo” o “Espacios que ignoro y que me ignoran”, cuya apertura e interrogación parecen ser simples ventanas a través de las cuales el visitante debe arrojarse, desprenderse, en un ejercicio profundo de interpretación libre y canalización de lo percibido.

                                                                          Extraño sueño que no fue todo sueño: San Pablo bajo la lente surrealista de Juan Doffo

Doffo estudió Religiones Comparadas (que analizan las diferencias de interpretación de temas e ideas comunes a las distintas religiones del mundo) y se acercó al Zen. De esas disciplinas tomó conceptos que son centrales para comprender su visión. Adoptó la postura de Hermes Trismegisto, quien asegura que "todo es mente, todo es percepción de la mente”, así como que “vivimos entre dos infinitos y la única certeza es el instante, un pasaje de luz, y no debemos perder la capacidad de hallar el centro en ese instante”.

Pero quizá para entender mejor el estilo del autor haya que retrotraerse a sus orígenes en Mechita, un pueblo ferroviario de la provincia de Buenos Aires. Rodeado de llanuras inmensas y cielos enigmáticos, Doffo fue desarrollando una curiosidad incipiente por los fenómenos de la metafísica y la filosofía. De hecho se dice que aún conserva su casa allí, donde instaló una cama afuera para que sus hijos pudieran disfrutar la simple experiencia de mirar las estrellas.


El conjunto de las fotoperformances son fruto de la estadía del creador en una fazenda de San Pablo durante el mes de febrero, cuando fue invitado junto a otros artistas en el contexto de una residencia internacional. En ellas el elemento privilegiado es el fuego, como símbolo y enigma, que irradia paisajes salvajes, oscuros, nocturnos, casi como si se tratara de alguna clase de rito. Anillos sangrantes, troncos enardecidos por las llamas, rajaduras volcánicas; todos mensajes indescifrables provenientes de un más allá que juega con lo onírico, lo abismal. En el fondo, metáforas visuales que intentan dar respuesta a interrogantes universales: el amor, la belleza, el arte, la vida, la muerte, las creencias religiosas, el tiempo infinito.

Para cerrar, me quedo con las palabras de Lucas Beccar, que figuran en el prólogo de la muestra: “Doffo pinta ecos y extraños sueños que no son del todo sueños. Nos recuerda que la realidad es la que vivimos, recordamos y soñamos como breves reflejos en el devenir cósmico”.