miércoles, 30 de julio de 2014

Clics Modernos

                                             

“La idea no es vivir para siempre, es crear algo que sí lo haga”.
                                                                

                                             Andy Warhol (1928-1987)
                                                                                 
Por Raoul Duke

Polaroids. Su aparición a mediados del siglo pasado fue revolucionaria en un mundo analógico que todavía veía lejana la posibilidad de acceder y trabajar con las imágenes de la forma en que se hace hoy en día. La ventaja que suponía poder culminar toda la operación en sesenta segundos, disparando un simple botón, resultó de gran utilidad no solo para aficionados, sino también para profesionales y artistas de diversa índole que advertían en esta inmediatez nuevas formas de experimentación. Uno de los grandes incursores fue Andy Warhol, quien pasó gran parte de sus últimos años fotografiando famosos con la Big Shot, un modelo de “foco fijo” y una particular lente que habilitaba obtener imágenes similares de distintas personas sin modificar el encuadre y bajo las mismas condiciones técnicas. El moderno artefacto se transformó en una herramienta fundamental para su producción de retratos por encargo. La dinámica consistía en seleccionar “la mejor toma” entre el conjunto de la sesión -unas sesenta imágenes- para luego ampliarla, serigrafiarla y trasladarla al lienzo y así finalizar la entrega.
 

 
Los resultados eran contundentes y despertaban el interés mediático que volvía a posar los ojos en su obra, anonadados por la capacidad de Warhol para registrar fielmente una época que exudaba glamour y efervescencia -los años '70- sin perder el toque que lo hacía único e innovador. Esa innovación emergía de un hombre profundamente seducido por el plástico, el comportamiento sintético, la vanguardia y lo inmoral, capaz de volver estrella -o darle un nuevo brillo- a todo aquel que posara detrás de su lente. De hecho, muchas fueron las figuras (Truman Capote, William Burroughs, John Lennon, OJ Simpson, Farrah Fawcett, Jane Fonda, Jean-Michel Basquiat, Grace Jones, Madonna y un largo etcétera) que se beneficiaron con los servicios del inefable artista norteamericano. Cenas, charlas, violencia, productos de consumo masivo, sexo… Todo fue captado por la cámara de Andy, quien más que nada era un observador, sin ningún tipo de  instrucción fotográfica, pero con una especial y original forma de ver el mundo. La profundidad, posturas y apariencias que yacen tras la superficialidad de un objeto o rostro famoso le suministraban todo lo que necesitaba. En consecuencia, los retratos de Andy Warhol deben pensarse como un objeto de marca, una muestra del poder de su nombre sobre la pieza, más allá que en ciertos ambientes consideraran su labor simplemente una extensión de la frivolidad aplicada al servicio de las personalidades del jet set.
 

De la misma forma, muchos veían y aún ven la Polaroid tan solo como un mero juguete que carece de las opciones para poder manipular la imagen a voluntad. Sin embargo, la cámara ha pasado a la historia (dejó de fabricarse en 2007) como un icono de la creatividad y, hasta su diseño, se ha convertido en una especie de objeto fascinante y misterioso: una celebración de la innovación, de la captura fugaz. Tal como expresara recientemente el cineasta español Iván Zulueta, gran aficionado a las cámaras Super 8: “Aquella maquinita tenía unas posibilidades enormes. Sólo había que leer el prospecto: ‘no haga esto que entonces pasará aquello...' Yo hice todo". Lo que se dice un guiño a la belleza de lo imperfecto.
 

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