martes, 20 de mayo de 2014

Paparazzi: Cazadores de lo prohibido



Por Raoul Duke

Imaginate tener la certeza que hagas lo que hagas, vayas a donde vayas, estés con quien estés, van a estar esperándote a Vos, su presa. Como las Erinias, esas deidades griegas que perseguían a los culpables día y noche siendo imposible evadirlas, ni siquiera con la culpa. Imaginate tener la sensación de vivir en una enorme pecera a la vista de todos, ser una vidriera permanente, estar desnudo frente a la lente ajena.
Días atrás, se estrenó en el Centro Pompidou-Metz de Paris la exposición “¡Paparazzi! Fotógrafos, estrellas y artistas”,  que rinde honor a los grandes representantes del “género” como Ron Galella, Daniel Angeli o Pascal Rostain. La antología está compuesta por 600 obras que incluyen: fotos, vídeos, esculturas y pinturas. El propósito es abordar la profesión en toda su complejidad. Sus mitos, particularidades, mutaciones, efectos; pero en especial la ambigua relación entre los paparazzi y las celebridades a través del tiempo. Está dividida en tres partes: La alfombra roja; Interview (donde los visitantes quedan expuestos a una lluvia de flashes como si fueran stars), y el kiosco, que muestra cómo las revistas y diarios satisfacen su demanda con su propia retórica y diseño.

La muestra, sin embargo, es también un recorrido sobre la permeabilidad que ha tenido esta particular estética en el campo del arte contemporáneo, donde reconocidos creadores se han reapropiado de sus códigos. “La idea era elaborar un proyecto científico de un fenómeno con un siglo de existencia, pero que nadie ha estudiado con atención”, asegura Clément Chéroux, el comisario de la expo, quien agrega: “Los paparazzi no son artistas, porque no trabajan con la voluntad de hacer arte, pero su obra tiene una calidad estética involuntaria (…) Si los creadores de la última mitad de siglo no tardaron en reinterpretar sus códigos es porque eran conscientes de que la foto robada simbolizaba su tiempo”. Esto es tan evidente como que  la intrusión en la vida ajena se ha convertido en una práctica socialmente aceptada. “La idea era elaborar un proyecto científico de un fenómeno con un siglo de existencia, pero que nadie ha estudiado con atención”, sugiere Chéroux.

El escritor Salman Rushdie, sostuvo en declaraciones recientes que el debate en la exposición se centró en la idea de poder. "La figura pública se complace en ser fotografiada sólo cuando está preparada, en guardia, se podría decir, pero el paparazzo sólo busca el momento de descuido. La batalla es por el control, por una forma de poder. Se libra entonces una batalla sin fin por el control de la imagen", puntualizó. Como ejemplo de esas “batallas”, se recuerda en la muestra al legendario Ron Galella, “a quien Marlon Brando rompió la mandíbula, Richard Burton mandó a la cárcel y contra quien Jackie Kennedy obtuvo de la justicia un interdicto de acercarse a ella y a sus hijos a menos de 45 metros”, tal cual se aclara. Así y todo, nunca dejó de sacar fotos.
Todos coinciden en que las grandes dificultades de la profesión comenzaron el 31 de agosto de 1997 con la muerte de la princesa Diana, víctima de un accidente automovilístico cuando ella y su compañero eran perseguidos por paparazzi por las calles parisinas. La investigación oficial atribuyó las causas del accidente a la velocidad y al conductor, alcoholizado. Pero el triste episodio frenó el ardor editorial. De golpe las fotos de los paparazzi ya no daban gracia. “Antes había un cierto glamour en nuestra profesión, ahora se nos considera unos busca m…”, lamenta Daniel Angeli, quien recordó que en su época perseguía a Sofia Loren, Orson Welles o John Lennon y no a oscuros desconocidos que conocen la gloria fugazmente para volver luego al olvido. A su vez, todo ellos son bien conscientes de que su especialidad es considerada como la más baja dentro del periodismo y no dudan de llamarse a sí mismos “ratas”, como lo afirma Pascal Rostain, uno de los más célebres referentes, en el catálogo de la exposición. La ironía, sin embargo, es que no hay tanta distancia entre el fotógrafo de guerra, y el “perseguidor”. De hecho existen numerosos ejemplos de profesionales que pasaron de un género a otro. Por ejemplo, Nick Ut, autor de la imagen de la pequeña vietnamita quemada por el napalm en 1972, es también autor de una imagen de Paris Hilton de 2007 en un auto de la policía.

La exposición abre sus puertas con La Dolce Vita, película clave en toda ésta historia. De ahí la inmortalización del término Paparazzo, sobre cuyo origen se han tejido numerosas hipótesis. En su libro “The Facts on File Encyclopedia of Word and Phrase Origins”, Robert Hendrickson apunta que aquella era la palabra con la que en Rimini (ciudad al norte de Italia de donde era originario Fellini) se referían al molesto y continuo zumbido de un mosquito (pappataci) y que fue utilizada por el director por la similitud entre el zumbido del insecto y el habla rápido, insistente y atropellado tan peculiar que tenían los fotoperiodistas cuando pedían a las estrellas que posasen para ellos. Otras versiones (menos creíbles) indican que éste era el mote de un compañero suyo de la escuela cuando era pequeño y otros señalan que es la unión de las palabras pappataci (mosquito) y ragazzo (muchacho). De lo que no hay dudas, es sobre quien inspiró al personaje; se trata del fotógrafo de prensa Tazio Secchiaroli, uno de los fundadores de la agencia Roma´s Press Photo, especializada en imágenes robadas a los famosos.
                                                                                                                   
El director intuía que algo olía a podrido en el mundo de la farándula, mucho antes de que llegase la inquisitiva prensa rosa actual. La Dolce Vita (1960) era un retrato sobre la decadencia, perversión y frivolidad de una sofisticada pero corrompida aristocracia, la banalidad del star system y, desde luego, los parásitos que les rodean, esos que les hacen el juego o mendigan fotografías e historias sensacionalistas con las que alimentarse.

Pero si Fellini les dio su nombre, su origen data desde antes de los años 60. Algunos sitúan su nacimiento ya en las primeras ediciones del Festival de Cannes, otros en el Hollywood de los años 20. Pero algunos enamorados de la historia se remontan más lejos, cuando en 1888 el fotógrafo Giuseppe Primoli sorprendió al pintor Edgar Degas saliendo de un baño público parisino o aun diez años después cuando los fotógrafos Max Priester y Willy Wilcke sobornaron a una empleada y tomaron la foto del canciller alemán Bismarck en su lecho de muerte. Era la gran época del glamour y no era inhabitual que se tejieran lazos entre unos y otros; se solía llegar a un acuerdo informal: las estrellas posaban para una foto y a cambio los paparazzi las dejaban en paz. Pero con el tiempo la relación de las estrellas con los medios cambió. “Mostramos circunstancias donde hay acuerdos entre la estrella y los paparazzi. Algunas estrellas los han usado para relanzar su carrera, para pasar información difícil. Nosotros tratamos de mostrar esos matices”, admite Cheroux en relación a la muestra. El propio Secchiaroli lo sintetiza de esta forma: “El día que los paparazzi dejen de correr detrás de las estrellas, las estrellas van a correr detrás de los paparazzi”.
 

Mucho se ha discutido a lo largo de los años sobre la mecánica utilizada por estos fanáticos de la instantánea para lograr su objetivo. Enric Bayón, autor del libro “Secretos de un Paparazzi”, argumenta que la principal herramienta es pasar de ser percibido, no ser visto. “De esa forma, sacás lo mejor de ese personaje de manera natural”, confiesa. Otros, como Francis Apesteguy (ex-paparazzo), desglosan que en definitiva se trata de una construcción. “No hay que dejarse envolver por falsas creencias y hay que saber esperar. Para esperar, está Cartier-Bresson, quien dejó una bella frase filosófica. Él se para en la calle, ve un cuadro, lo encuentra interesante y espera. Y para saber esperar, él dice: ‘No hay que querer nada porque sino tendremos nada’. Un buen paparazzo es aquél que llega a integrar esa frase”.


“La vida no son detalles significantes, iluminados por un flash, fijos para siempre. Las fotografías sí lo son”.
                                                                                                                                                                       Susan Sontag

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