jueves, 10 de abril de 2014

Aquel Abrazo del Alma...





Por Raoul Duke
Semanas atrás, una conocida marca de gaseosas realizó una publicidad con la intención de evocar un momento único que definió toda una época. La tarde del 25 de junio de 1978, la selección argentina se consagraba campeona del mundo -por primera vez- tras vencer a Holanda en el tiempo suplementario 3 a 1. Sin embargo, todos bien sabemos hoy lo que significaba aquel triunfo para un país sumido en el más absoluto terror por una Junta Militar asesina que no disimulaba su interés en sacar provecho de cualquier acontecimiento masivo que le permitiera ganar -o reforzar- el apoyo popular.
Con la alegría desatada, y en medio del fervor generalizado de miles, millones de gargantas eufóricas que vitoreaban a sus héroes (los jugadores, claro) un hombre capturó en una imagen lo que ni videos, relatos o palabras iban a poder hacer.

Victor Dell Aquila perdió sus brazos cuando tenía 12 años, tras el accidente que había sufrido al prenderse sin querer de un cable de alta tensión mientras caía de un poste de luz en el que estaba trepado. Una vez recuperado, este niño que había soñado con ser jugador de fútbol, comenzó a seguir a su Boca querido de forma devota por todas las canchas en las que jugara. Su obsesión era traspasar los alambrados rotos cuando terminaban los partidos, sólo para estar un poco más cerca de sus ídolos.




El día de la final del Mundial en la cancha de River, Victor se prometió a si mismo repetir su costumbre, como diera lugar. En el momento exacto en que el árbitro levantó sus manos no dudó y saltó los metros que lo alejaban del césped. Corrió hasta el arco del Pato Fillol, pero se dio cuenta de que el partido en realidad seguía, sólo habían adicionado un minuto más. El arquero asombrado al verlo camuflado detrás de los palos le dijo: “¿Qué haces acá?” y Victor emocionado le respondió: “¡Lo mismo que vos! ¡Esperando a que se acabe para poder festejar con todos!”. Segundos después el pitazo decretó el final y la lluvia copiosa de papelitos celestes y blancos se hizo interminable, inundando todo el estadio. Victor entonces corrió y corrió tratando de no perderse nada. Cuando vio a Tarantini y Fillol arrodillados enlazándose en un eterno abrazo, detuvo su marcha y se acercó a ellos con sigilo. Al hacerlo, las mangas de su suéter se fueron para adelante por la inercia del movimiento, simulando un contacto que no era posible.

El destino o el oportunismo quisieron que ese instante quedara registrado para siempre. Ricardo Osvaldo Alfieri, fotógrafo de El Gráfico, estaba atento a la escena y por eso pudo capturarla de manera magistral. Puro olfato artístico. Cuando volvió a la redacción esa tarde, nadie tuvo dudas respecto de cuál sería la tapa del día siguiente. Esa fotografía era la imagen viva de la Argentina, mutilada por la dictadura, cortada en dos por las desapariciones, y ahora unida en un abrazo victorioso que intentaba dejar lo peor atrás. Se tituló apropiadamente “El abrazo del Alma” y fue adoptada por todos, aquí y en el exterior, como el fiel retrato de lo que significó ese campeonato del mundo en términos de fantasía y reconciliación.




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